Era viernes de mañana. Estaba en casa, ansiosa para saber cuál proyecto había sido seleccionado para mí. De repente, recibo una llamada del reclutador. Mi corazón parecía que iba a salir de mi pecho de tanto entusiasmo. En pocos segundos, iba a descubrir el pueblo a quien iba a dedicar casi un año de mi vida. Contesté el teléfono y descubrí que mi llamado había sido hecho para un país cerrado. Honestamente, nunca había oído hablar del pueblo que iría a alcanzar. Quedé en shock. Aun sin haber creado expectativas, quedé frustrada por no saber absolutamente nada sobre ese pueblo. Corrí para investigar un poco. Comida, idioma, clima y religión. Ya sabía quiénes eran los no alcanzados, pero ahora, esa expresión tenia mucho más significado para mí, pues ahora tenía dirección y rostros.
Para recaudar los fondos necesarios para mi período en misión, necesité de un nombre ficticio para que mi nombre real no fuese asociado a AFM, revelando así mi identidad a cualquiera que quisiera, incluso al gobierno totalitario del país a donde estaba yendo. Cecilia Carvalho fue mi nuevo nombre. Por casi un año, recaudé en nombre de Cecilia. Fue incluso un poco nostálgico cuando finalmente llegué al campo y dejé de usar ese nombre en el día a día. Comencé mis deberes como misionera, pasando a interactuar con los nativos, buscando siempre convertirme en alguien en que ellos confiaban. Este país no permite que el evangelio sea “forzado” a nadie, lo que muchas veces apenas significa una prohibición a cualquier forma de predicación del evangelio. Pero, por medio de amistades, podemos compartir un poco de nuestra fe sin causar escándalos y sin necesariamente quebrar la ley.
Mi trabajo consistía en hacer amistades, aprender más del idioma y ser profesora en una escuela local que es secretamente gerenciada por AFM. Hice amistades especiales con una ex-alumna de esa escuela que, así como supo de la llegada de nuevos profesores, incluyéndome, vino a visitarnos. Comíamos juntas, comenzando así una sincera amistad. Conocí a la familia, paseamos juntas por la ciudad para que ella me presentara sus lugares favoritos. Nos hicimos muy próximas y, a lo largo del tiempo, pude compartir mi fe, haciendo que ella se sienta más cómoda al hacer preguntas sobre el cristianismo. Mi tiempo en el Sudeste Asiático estaba llegando al fin, pero esa amiga mía continuaba viniendo a mi casa para pasar tiempo juntas.
Llegó el día de ir al aeropuerto. Ella fue conmigo para acompañarme. En medio de nuestra conversación ,ella decidió darme un nuevo nombre en su idioma, lo que significaba que ella me vio como su hermana a pesar de yo ser de u país del otro lado del mundo. “Dao Wan”, mi nuevo nombre, el cual es una abreviación de la palabra “girassol”, mi flor favorita. “Teacher, trajiste entusiasmo y luz a mi vida, voy a sentir tu falta.” Esas palabras me emocionaron mucho y percibí que no existe nada más que tenga sentido aparte de servir y alcanzar personas que aún no conocen a Jesús. Esa luz que mi alumna vio en mí es apenas un reflejo de la luz de Cristo.
Hoy me preparo para volver al campo por más tiempo, pero mientras no llega el día de poder servir nuevamente, paso mis días reflexionando sobre cuando vamos a ganar un nuevo nombre. Ese nuevo nombre nos será dado por Aquel que realmente nos conoce. Si recibir un nombre de mi alumna fue emocionante, me quedo imaginando cuando el Gran Maestro Jesús me llame y me de un nombre.
¹⁷ Quien tiene oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias: Al que venciere, le daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca y, en la piedrecita, un nuevo nombre escrito, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe.
Apocalipsis 2:17
Cecilia Carvalho* sirvió en el Proyecto Tai-Kadai en 2022 y 2023.